No temas, mi señor: estoy alerta
mientras tú de la tierra te desligas
y con el sueño tu dolor mitigas,
dejando el alma a la esperanza abierta.
Vendrá la aurora y te diré: Despierta,
huyeron ya las sombras enemigas.
Soy compañero fiel en tus fatigas
y celoso guardián junto a tu puerta.
Te avisaré del rondador nocturno,
del amigo traidor, del lobo fiero
que siempre anhelan encontrarte inerme.
Y, si llega con paso taciturno
la muerte, con mi aullido lastimero
también te avisaré. ¡Descansa y duerme!
“El piano”
Hubo ya un tiempo en que la Musa mía
la poética frase
fácilmente encontraba que expresase
la tristeza del alma o su alegría.
Ese feliz día
se hundió en la eternidad. Mi alma cansada,
con tono dulce y grave,
en voz no articulada
quisiera hacer sentir a los oídos
lo que ella muda sufre y sola sabe.
Tú me das esa voz, mi alma interpretas
cuando la diva inspiración tu mano
guía sobre las teclas del piano:
voz no aguda o cruel como el gemido
ni artificiosa como acento humano.
Tú mis penas expresas
en deliciosas notas de armonía
que halagan los sentidos
y aduermen la doliente fantasía.
En la mente sembrada de recuerdos
flor de esperanza nace;
el alma vagos horizontes mira
y en su misma tristeza se complace.
“Los ratones”
Juntáronse los ratones
para librarse del gato;
y después de largo rato
de disputas y opiniones,
dijeron que acertarían
en ponerle un cascabel,
que andando el gato con él,
librarse mejor podrían.
Salió un ratón barbicano,
colilargo, hociquirromo
y encrespando el grueso lomo,
dijo al senado romano,
después de hablar culto un rato:
—¿Quién de todos ha de ser
el que se atreva a poner
ese cascabel al gato?
“Los dos conejos”
Por entre unas matas,
seguido de perros,
no diré corría,
volaba un conejo.
De su madriguera
salió un compañero
y le dijo: «Tente
amigo, ¿qué es esto?».
«¿Qué ha de ser?», responde;
«sin aliento llego...;
dos pícaros galgos
me vienen siguiendo».
«Sí», replica el otro,
«por allí los veo,
pero no son galgos».
«¿Pues qué son?» «Podencos».
«¿Qué? ¿podencos dices?
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos;
bien vistos los tengo».
«Son podencos, vaya,
que no entiendes de eso».
«Son galgos, te digo».
«Digo que podencos».
En esta disputa
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis dos conejos.
Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo.