Page 81 - Saberes y Raíces - Español 2
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               8.   Lee el texto. Luego realiza lo que se pide. Las actividades de los incisos c) a f) realízalas en equipo.
                    a)  Revisa el título antes de empezar la lectura e infiere de qué trata.
                    b)  Subraya los personajes y con un color distinto, las partes que proporcionen información sobre los espacios
                       y la ambientación.



                                                              Los de abajo
                                                              Primera parte
                    —Te digo que no es un animal… Oye cómo ladra el Palomo… Debe ser algún cristiano…
                    La mujer fijaba sus pupilas en la oscuridad de la sierra.
                    —¿Y que fueran siendo federales? —repuso un hombre que, en cuclillas, yantaba en un rincón, una cazuela en la dies-
                 tra y tres tortillas en taco en la otra mano.
                    La mujer no le contestó; sus sentidos estaban puestos fuera de la casuca.
                    Se oyó un ruido de pezuñas en el pedregal cercano, y el Palomo ladró con más rabia.
                    —Sería bueno que por sí o por no te escondieras, Demetrio.
                    El hombre, sin alterarse, acabó de comer; se acercó un cántaro y, levantándolo a dos manos, bebió agua a borbotones.
                 Luego se puso en pie.
                    —Tu rifle está debajo del petate —pronunció ella en voz muy baja.
                    El cuartito se alumbraba por una mecha de sebo. En un rincón descansaban un yugo, un arado, un otate y otros ape-
                 ros de labranza. Del techo pendían cuerdas sosteniendo un viejo molde de adobes, que servía de cama, y sobre mantas y
                 desteñidas hilachas dormía un niño.
                    Demetrio ciñó la cartuchera a su cintura y levantó el fusil. Alto, robusto, de faz bermeja, sin pelo de barba, vestía cami-
                 sa y calzón de manta, ancho sombrero de soyate y guaraches.
                    Salió paso a paso, desapareciendo en la oscuridad impenetrable de la noche.
                    El Palomo, enfurecido, había saltado la cerca del corral. De pronto se oyó un disparo, el perro lanzó un gemido sordo y
                 no ladró más.
                    Unos hombres a caballo llegaron vociferando y maldiciendo. Dos se apearon y otro quedó cuidando las bestias.
                    —¡Mujeres…, algo de cenar!… Blanquillos, leche, frijoles, lo que tengan, que venimos muertos de hambre.
                    —¡Maldita sierra! ¡Sólo el diablo no se perdería!
                    —Se perdería, mi sargento, si viniera de borracho como tú…
                    Uno llevaba galones en los hombros, el otro, cintas rojas en las mangas.
                    —¿En dónde estamos, vieja?… ¡Pero con una!… ¿Esta casa está sola?
                    —¿Y entonces, esa luz?… ¿Y ese chamaco?… ¡Vieja, queremos cenar, y que sea pronto! ¿Sales o te hacemos salir?
                    —¡Hombres malvados, me han matado mi perro!… ¿Qué les debía ni qué les comía mi pobrecito Palomo?
                    La mujer entró llevando a rastras el perro, muy blanco y muy gordo, con los ojos claros ya y el cuerpo suelto.
                    —¡Mira nomás qué chapetes, sargento!… Mi alma, no te enojes, yo te juro volverte tu casa un palomar; pero ¡por Dios!… […]
                    —Señora, ¿cómo se llama este ranchito? —preguntó el sargento.
                    —Limón —contestó hosca la mujer, ya soplando las brasas del fogón y arrimando leña.
                    —¿Conque aquí es Limón?… ¡La tierra del famoso Demetrio Macías!… ¿Lo oye, mi teniente? Estamos en Limón.
                    —¿En Limón?… Bueno, para mí… ¡plin!… Ya sabes, sargento, si he de irme al infierno, nunca mejor que ahora…, que voy
                 en buen caballo. ¡Mira nomás qué cachetitos de morena!… ¡Un perón para morderlo!…
                    —Usted ha de conocer al bandido ese, señora… Yo estuve junto con él en la Penitenciaría de Escobedo.
                    —Sargento, tráeme una botella de tequila; he decidido pasar la noche en amable compañía con esta morenita…  […]
                 Oye, chatita, deja a mi sargento que fría los blanquillos y caliente las gordas; tú ven acá conmigo. Mira, esta carterita
                 apretada de billetes es sólo para ti. Es mi gusto. […] Sargento, mi botella, mi botella de tequila. Chata, estás muy lejos;
                 arrímate a echar un trago. ¿Cómo que no?… ¿Le tienes miedo a tu… marido… o lo que sea?… Si está metido en algún
                 agujero dile que salga…, pa mí ¡plin!… Te aseguro que las ratas no me estorban.
                    Una silueta blanca llenó de pronto la boca oscura de la puerta.


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