Page 102 - Saberes y Raíces - Español 3
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4.   Lee el texto siguiente con tu grupo y conversen sobre la situación. ¿Alguna vez han pasado por algo semejante?



                                                 El álbum
                  Entraron aprisa en el café y se sentaron. La impaciencia les encendía los ojos al
                  dejar el paquete sobre la mesa. Ella, apenas sentada, comenzó a abrirlo, mirando
                  con amor, alternativamente, la cinta roja sobre el papel y el rostro de él con ligero
                  orgullo protector y expectante.

                  —¿Qué van a tomar?
                  —Café con leche. ¿Y tú?
                  —Lo mismo.

                  En la mesa apareció con pastas de color azul marino, como el traje de los días señalados, el álbum de las chocolatinas.
                  Era un gran día. Habían hablado de él como se habla de cuando llegará un niño. Aquel álbum representaba el tesón
                  del novio en su niñez, que había reunido una estampita tras otra hasta cubrir todas las ventanillas sin paisaje de aquel
                  libro difícil. Sus compañeros de colegio —él lo recordaba— habían dejado en el álbum huecos de desamor y desidia. Y
                  el álbum, ahora flamante sobre la mesa, mostraba la solicitud en el tiempo de un hombre cuidadoso, fiel toda su vida a
                  sus más inocentes alegrías, al objeto de su ilusión más nimia. Para la novia, aquel álbum implicaba tesón y constancia.
                  Tenían sobre la mesa el café con leche del amor humilde, pero tenían también dentro del libro las maravillas todas del
                  Universo, y se pusieron a deshojarlas con lentitud amorosa, como si en ello les fuera su felicidad, el sí o el no.
                  —No: hoy “Las Mariposas”, no —decía ella con tremendo gozo—. Hemos visto ya “Los Grandes Inventos”.

                  Cada hoja les aproximaba, día tras día, un poco más. El día de “Las Mariposas”, ella balanceó sus pestañas en el aire
                  hacia un hombre joven que estaba enfrente sentado, y él —el novio— tuvo celos. Pero ella ni había mirado siquiera a
                  aquel hombre: quería simplemente mariposear con sus finas pestañas. El día de “Las Aves Domésticas” proyectaron un
                  canario naranja transparentándose en el hogar que tendrían, en la ventana con sol: “Mejor, blanco”, insinuaba él. “No,
                  tiene que ser naranja”, decía resuelta ella, entornando los ojos como si le dañara el agridulce color del pájaro. En “Las
                  Aves Exóticas” pusieron sobre el pelo de ella, suave, un sombrerito atrevido de vistosas plumas en una tarde con risa en
                  el mundo, y champaña y “confetti”. En “Flores para Regalo” él la obsequió con doce tulipanes para que no olvidara
                  alguna cosa. Al llegar a “Animales Prehistóricos”, tuvo ella miedo y se acercaron más. Él quiso continuar más días viendo
                  “Los Animales Prehistóricos”, pero ella se negó y entró en la hoja rutilante de “Las Piedras Preciosas”. Ante “Las Pie-
                  dras Preciosas” él anduvo receloso por sentimiento atávico. Veía en los ojos de ella cierta cortesana desfachatez, ciertas
                  desmesuradas pretensiones, que le tuvieron en desazón toda la tarde y que interpuso entre ellos una pastosa frialdad
                  anfibia. En “Las Algas” enredaron sus dedos, manos, brazos, miradas y palabras. Con “La Evolución del Automóvil” lo
                  pasaron bien, dieron saltos y frenazos bamboleantes sobre sus sillas. Con “Las Fieras” se identificó ella de tal forma, que
                  los ojos se le llenaron de instinto y él se encontró como un domador trágico que de un instante a otro podía perecer. Con
                  “La Fauna del Mar” cruzaron una y otra vez por los ojos de él y de ella los peces cariñosos, perezosos, suaves, del amor, y
                  estuvieron pasando toda la tarde mansa, humildemente. Al llegar a “Las Frutas”, ella, con un rubor, posó su mano sobre
                  las manzanas para que él no tuviera ningún pensamiento avanzado, para que no pensara como Adán.
                  Terminaron el álbum, y estaban tostados y palpitantes como después de un largo viaje. Era como si volvieran con los
                  mismos recuerdos de una luna de miel respetuosa. Ella esperó todos los días —sobre todo el último— a que él dijera:
                  “El álbum para ti, te lo regalo.” Pero no lo hizo. Llenar aquel libro de cromos había sido la gracia de su niñez, le había
                  proporcionado entrada de honor en todas las visitas. Y cogió su álbum y se lo guardó. Ella, de haberlo tenido, le habría
                  devuelto su regalo en palabras llenas de entendimiento y colores, en experiencia del mundo, en primores de planta y
                  honduras de mar. Pero así las tardes fueron enfriándose, se aburrían y hacían tos de las palabras rotas. Y un día ella —que
                  se había enamorado de aquel álbum— le dijo adiós a él. Y él tendrá que sacarlo de nuevo en su vida, cuando llegue la
                  hora, sin atreverse a regalarlo nunca.
                                                                                      Fraile Medardo, A la luz cambian las cosas, pp. 75-77.





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