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El pescador y el genio
en Las mil y una noches
Cierta ocasión antes del amanecer, mientras su familia
dormía, un pescador se hizo a la mar. Cada mañana
lanzaba sus redes al agua, con la esperanza de que
obtuviera una buena pesca, pero casi siempre salía
chasqueado.
Esa mañana de primavera, como cualquier otra, lanzó
sus redes al mar. Mientras las jalaba, sintió un tirón en
una de ellas, y el corazón le revoloteó en el pecho. “¡He
pescado algo!”, gritó a la luna, que se ocultaba ya; pero
cuando miró la red, se desanimó. Vio que había pescado
un camello muerto, y que el peso del animal había
abierto un agujero en la mejor de sus redes.
Desalentado, arrojó la red rota en la arena y lanzó otra al
mar. Esta vez sintió por igual un tirón y su corazón se
alegró de nuevo. Pero cuando arrastró la red hasta la
playa, vio que se trataba apenas de una canasta de
basura.
Elevó la mirada al cielo y agitó el puño. “¿Cómo puede
un hombre pobre proveer a su familia?”, clamó. Lanzó la
red una vez más, y en esta ocasión llevó a la playa solo
algas y conchas. El sol se alzaba ahora sobre el
horizonte, y el pescador estaba triste y cansado. Aun así,
pensó que debía hacer un nuevo intento. Esta vez,
cuando arrastró su red, en lugar de un pescado encontró
una maltrecha vasija de cobre que pesaba demasiado.
“Seguro está llena de lodo”, murmruró, pero cuando la
examinó más de cerca vio que estaba sellada con plomo.
“Es imposible que una vasija sellada contenga algas”,
pensó. “Quizá haya monedas”. La agitó, pero no se
escuchó ruido alguno. Sin embargo, esto encendió su
imaginación. ¿Qué otra cosa podía haber en esa vasija?
¿El mapa de un tesoro escondido? ¿El testamento de un
sultán acaudalado? ¿Un tapiz?
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